La factura

Quien ostenta el poder político como una compensación de sus debilidades interiores necesita constantemente desafiar los límites, burlarse de las reglas y creerse ganador, aunque sea con artimañas. Para alguien de estas características, poder hacer trampa impunemente es parte esencial de sentirse poderoso. ¿De qué sirve el poder si no rompe las reglas? Eso no es poder real. Para quien quiere ser rey. 

El 23F fue una especie de radiografía de la conciencia política de la nación. Al ver los resultados, pocos podíamos creer que en tan sólo un año, la avalancha verde flex se hubiera desinflado tanto. 

De pronto, el gladiador que se fortalecía en cada contienda electoral, ya no pudo, ni con toda la maquinaria estatal creándole ventajas a su favor, y fabricándole obstáculos a sus adversarios, arrasar con los espacios de poder local. 

La explicación más lógica a este fenómeno es el hartazgo de una gran cantidad de ciudadanos en todo el país. Miles de votantes decidieron castigar la prepotencia y el abuso de un señor que hace siete años inauguró el estilo de relacionarse con los otros, al utilizar a un grupo de estudiantes para mandar a unos periodistas a la casa del palo perpendicular de un velero.

Con la misma elegancia y majestuosidad dignas de un [llenen ustedes, amables lectores, este espacio] ordenó a jueces perseguir al médico de un hospital que dijo algo distinto a la versión oficial de aquella fecha, cuando nació La Megan. Y, así mismo, se bajó varias veces de su carroza para defender su intocable majestad, y agredió e insultó a ciudadanos irreverentes, rebeldes y no sumisos ni obsecuentes como súbditos. 

En ese mismo empacho de poder, se dio un allanamiento en la madrugada, con llanto y terror de niños y su madre; también se ejecutó la reputación, las finanzas, y, en algunos casos, hasta la libertad de atrevidos fiscalizadores, veedores, investigadores, disidentes, cantautores, y hasta caricaturistas.

Es difícil elegir una razón para este revés del éxito, también llamado derrota. Pero creo que una de las más importantes es el anuncio de una decisión que probablemente ya había sido tomada muchos años antes. Explotar el último espacio intacto del Parque Nacional Yasuní, el ITT o bloque 43. La supuesta miseria en que estamos –claramente reflejada en la compra del segundo jet presidencial, los gabinetes itinerantes, la millonaria propaganda, entre otros ejemplos de coherencia– es la excusa para romper con la promesa revolucionaria más valorada por sus adeptos, y más respetada por sus críticos. Y es, por tanto, la mayor amenaza a perder más legitimidad en su otrora cancha predilecta: las urnas. 

Los abusos de este poder, descontrolado como el pánico, y absurdo como la demencia, fueron sumándose en una cuenta menos imaginaria que la invencibilidad de un candidato. La factura del 23F fue contundente, altiva y soberana.

Pero como un jalisco nunca pierde, nos querrá cobrar la factura indefinidamente. ¿Se imaginan la prepotencia indefinida? Yo le apuesto a la resistencia indefinida. 

(Publicado el 23 de marzo de 2014 en El Universo).

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