Cuando ya no estén

Irremediablemente todo llega a su fin. Hasta la revolución de los trescientos años será relevada por una generación nueva de líderes, más pronto que tarde.

Cuando ese día llegue, quienes asuman el poder se encontrarán ante un banquete que tentará hasta al más recatado de los nuevos funcionarios. ¿Qué podrían hacer con tanto, pero tanto poder! Poder para por ejemplo –y solo a manera de hipótesis absurda– disponer de dineros públicos en contratos bajo modalidades especiales, que permiten llamar a los panas del colegio para armar una empresita, y auto adjudicarse millones de dólares en rubros como asesorías en comunicación y relaciones públicas, diseño de sitios web invisibles con precios imposibles, y otros servicios reales o inventados, para promover el liderazgo planetario de un pequeño hombre.

Poder para aplicar la ley mordaza a periodistas y no periodistas que quieran desentonar con la versión oficial de la realidad.

Poder para condenar y encerrar a los que protestan y denuncian, y poder para soltar y homenajear a los que callan y complacen.

Poder para, usando títulos como Consejo de Participación Ciudadana, cooptar y maniatar a la ciudadanía, hasta dejarla sin ningún tipo de manifestación de voluntad, ni de opinión.

Poder para controlar la justicia y a todos los jueces. Poder para ‘proteger’ al Estado todopoderoso de los ciudadanos más indefensos que nunca.

En fin, poder para ser reyes disfrazados de mandatarios. Autócratas escondidos detrás de una banda. 

Una banda, esa palabra me recuerda lo que en realidad pueden llegar a ser los gobernantes que no tienen su poder limitado: una banda de delincuentes. 

Qué miedo cuando ya no estén los de las manos limpias, y otros se sienten a gobernar semejante banquete.

(Este texto solo ha sido publicado aquí, donde aún podemos escribir sin censura).

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