Lo que nos une

Que el país está dividido, polarizado. Que quienes acumulan poder y abusan de este, desde hace casi siete años han calado en la sociedad con su propaganda que nos separa entre buenos y malos, en base a nuestra adhesión o rebeldía. Es verdad. 

Sin embargo, esta aplanadora ha provocado el mismo efecto que generan las catástrofes, las tragedias, las pestes: unir a extraños, e incluso a adversarios, en el dolor de las pérdidas mutuas, y en la búsqueda de refugio para evitar seguir acumulando víctimas.

Este fenómeno ha permitido, por ejemplo, que ciudadanos de derecha compartan la indignación y el estupor de ciudadanos de izquierda, al ver a ecuatorianos disidentes ser perseguidos y encarcelados con cargos de terrorismo, sabotaje, rebelión y desacato. Me refiero, entre muchos otros, a Guadalupe Llori, Mónica Chuji, Diana Atamaint, los 10 jóvenes de Luluncoto, Fernando Balda, Cléver Jiménez, Fernando Villavicencio, Mery Zamora, los 12 estudiantes del Central Técnico, 189 indígenas incluyendo a Pepe Acacho.

Si la criminalización de la protesta y de la denuncia no bastara, la impunidad de los perpetradores y el abandono a las víctimas es razón inevitable para unirnos. Porque es imposible que exista una sola persona que pueda justificar que el Estado cierre los ojos frente al dolor de madres, padres, esposas, esposos, hijas, hijos, que han sido víctimas de toda clase de delitos, y, por razones incomprensibles, la investigación y las acciones legales no han prosperado en favor de las perjudicados, sino que se han estancado, en favor de los acusados. 

El peor ejemplo de impunidad y abandono es el caso de la niña de 12 años, cuya madre denunció la tortura y violación sistemática de Jorge Glas Viejó, de 71 años, director del colegio donde asistía su hija. La obstaculización de la justicia, por parte del poder político, de este –todavía supuesto– crimen se desnudó cuando la madre de la niña denunció que la misma fiscal del caso, Diana Cueva Limones (ahora jueza), la conminó a cambiar de abogado por uno vinculado al Conelec, el Ab. Jean Piero Romano Campodónico Pérez, quien, según reveló la madre de la niña, ¡pretendió hacerla firmar un escrito de abandono del caso! Les vuelvo a recordar que esto salió a la luz, gracias a la prensa independiente, antes de aprobarse la ley mordaza.

Ante esto, yo, que no tengo hijos, me conmociono y me enciendo de rabia y de impotencia. Y siento una obligación, un deber humano, de alzar mi voz frente a esta tragedia engendrada y reproducida –aún presuntamente– por un depravado y sus cómplices, a una niña, a su madre y al bebé fruto de la violación y tortura. Y siento que su dolor, al menos en parte, es también el mío. 

Es así, por medio del dolor y de la indignación, que mandantes de diversas corrientes nos unimos ante el terror de que la aplanadora siga exterminando inocentes, impune y descaradamente. 

Esa unión de los ciudadanos lúcidos y supervivientes es la única defensa ante el terror. La unión nos hace fuertes. ¡Qué nuestra unión nos haga invencibles!

(Este artículo no ha podido ser publicado en medios regidos por la #LeyMordaza).

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