Ecuador, la isla improbable

Hace años, ya son muchos, era común escuchar que Ecuador era una isla de paz. Porque mientras en Colombia y en Perú, había grupos violentos organizados contra el estado y la sociedad, aquí vivíamos en relativa calma. Sí hubo a finales de las décadas de 1970 e inicios de 1980 intentos de replicar aquí las guerrillas urbanas, con entrenamiento y financiamiento de Cuba, Colombia, Nicaragua, Libia, pero gracias a la determinación del gobierno de León Febres-Cordero, esto no prosperó. La victoria frente a la violencia ideológica de la ultra izquierda no fue sin costos humanos, tanto entre los subversivos como —diez veces más— entre hombres y mujeres de la fuerza pública. Tampoco fue sin errores y excesos, pero lo cierto es que nos libró de miles de muertos y sus estelas de dolor y olvido.

Sendero Luminoso, la secta comunista de lucha armada contra el estado, que buscaba la refundación del Perú cobró 70 mil vidas a lo largo de veinte años (1980 a 2000).

El conflicto armado en Colombia ha exterminado cientos de miles de vidas, el último cálculo estima que pueden ser 800.000 las víctimas de homicidios causados por paramilitares, las FARC, el ELN, otras guerrillas y entes del estado, a lo largo de cinco décadas.

Ahora somos otra vez una pequeña isla, rodeada y acechada por la izquierda bolivariana. Esto es muy grave, más aún con un gobierno de espaldas a la realidad, aún después de haber sobrevivido a un intento de derrocamiento, y seguir atrapado entre las tenazas de la protesta violenta y la asamblea con mayoría golpista. Ya han pasado más de 20 de los 90 días que graciosamente nos otorgó la Conaie, con la amenaza de que en octubre regresen los de Octubre 2019 y Junio 2022. Tic-tac dice el reloj.

Volviendo por un momento al pasado, tampoco hemos sufrido en Ecuador las dictaduras sanguinarias que sí tuvieron otros países de Latinoamérica. Nuestro país, por razones que desconozco, pero que quisiera aprender, ha tenido una boya de salvación que nunca le ha permitido tocar fondo, o al menos un fondo mucho más profundo. Algunos piensan que esa boya es también un ancla que nos ha impedido salir de una vez por todas del pantano social y político en el que estamos. Y creo que esa ancla está construida por nuestra total negación de la realidad. Solo eso justifica que sea tan fácil que políticos y fanáticos del error repitan falsedades como que los subsidios ayudan a los más pobres; como que el IESS tiene posibilidades de sobrevivir sin reformas radicales; y tantas otras mentiras que alimentan la arena movediza del subdesarrollo. Es imposible resolver un problema sin primero reconocer que existe.

Si queremos salir del pantano, tenemos que empezar por aceptar nuestra responsabilidad, admitir que hemos llegado hasta aquí gracias a que premiamos a los mentirosos y a los incompetentes con nuestros votos, porque si nos dijeran la verdad, nunca llegarían a ningún cargo público. Es nuestra complicidad la que nutre la farsa de sostener instituciones y políticas completamente inviables, alimentadas por nuestro autoengaño y nuestra cobardía de no querer mirarnos al espejo con la luz encendida.

Desde este pequeño y persistente espacio, me niego a quedarme impávida mientras la farsa sigue, y los pobres son condenados a la miseria. Mientras los que pueden mandan a sus hijos a otro país, porque aquí ya no hay quien pueda soñar en un futuro. Todo esto debido, en gran parte, a que las élites no asumen su rol en esta historia, el rol de liderar cambios reales, difíciles y de largo plazo, pero posibles.

Señoras y señores, si no mejoramos, solo vamos a empeorar, porque siempre se puede estar peor, y les tengo una amarga noticia: en los países no hay fondo, la evidencia son todos los países que cuando creyeron tocar fondo, siguieron y siguen hundiéndose más.

Es hora de que maduremos como nación, que dejemos de comprar cuentos, que tomemos las riendas de nuestro destino. Para ello, no hay más salida que la única que nos ha dado resultado en la última década, la de la sociedad civil autoconvocada, la de los periodistas independientes, la de los insumisos y libres.

Unámonos todos quienes sabemos que la claudicación no es alternativa, que no se puede vencer a quienes no se dan por vencidos. Así como nos libramos de la reelección indefinida en la consulta popular de 2018, y logramos cambiar la Corte Constitucional, el CNE y demás autoridades impuestas por el correato, tendremos que seguir librándonos del retorno triunfal de la mafia, invocando otra consulta popular que la convoque el presidente, sin que esto implique que la consulta es del gobierno. Las consultas se llaman populares, porque son de la gente, aunque las convoque el presidente, que insisto: llegó al poder solamente porque la diversidad ciudadana en su mayoría se unió contra un enemigo común, que sigue siendo el mismo, solo que ahora es aún más peligroso, porque sabe que lo vimos desnudo con sus aliados, en la narcopiscina, del dueño de la casa de Leandro Norero, el Patrón que financia a las bandas criminales. Son ellos los dueños del terror, de los asesinatos, de la violencia, de las armas para destruir la imperfecta democracia, y volver a reinar con impunidad. No podrán, porque no los vamos a dejar.

Juntos ya hemos hecho varias hazañas improbables, que los cínicos y canallas creían imposibles. Lo volveremos a hacer, a pesar de la mafia, de los cálculos políticos, y de la soberbia y necedad de los “ingenuos”. Lo haremos con la obstinación como valor camusiano de buscar un sentido a permanecer vivos en esta isla rodeada de buitres, que es el Ecuador improbable pero POSIBLE.

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