Uno

¿Cuántas personas se necesitan para destruir un país? En Ecuador solo se necesitó a uno. Uno que convenció a idealistas, intelectuales de izquierda, banqueros, industriales, jóvenes, mujeres y adultos de toda edad y nivel socioeconómico, de que él era el mesías que, a punta de correazos sacaría al Ecuador de la “cloaca” que éramos. Esa era la palabra que le encantaba repetir como lugar imaginario en el que estaba el país antes de su llegada refundacional y revolucionaria.

¿Cuántas personas se necesitan para salvar al país de lo que hizo y deshizo ese uno?

Correa fue como una peste destructora, mucho más letal que el Coronavirus, porque carcomió la esencia de cómo nos vemos como nación. Antes de Correa, cuando pensábamos en nuestro país, pensábamos en un lugar lleno de oportunidades mal aprovechadas. Ahora ese sentido de posibilidad, esa esperanza está destrozada, pues no se ve ninguna luz al final de este larguísimo túnel. ¿Por qué? Porque la esperanza necesita de antorchas que iluminen el camino, y esas antorchas necesitan de al menos una persona que la encienda y la use para guiarnos hacia la salida. En vez de antorchas, tenemos selfies y videos de políticos promocionándose sin decir nada que nos convoque, porque hablan de ellos y su auto importancia, y no de nosotros y nuestra tragedia. Nos rellenan de diagnósticos de lo que está mal –todo–, pero no dicen cómo lo solucionarían o cómo están ayudando a solucionarlo, en concreto y en verdad.

Lo más desolador de este Ecuador en 2020 es no encontrar a ningún actual o potencial gobernante que se note que le duele el país. Si les doliera no podrían permitir que sigan los robos, si fueran conscientes de la dimensión del abismo en que estamos, no desperdiciarían los impuestos sagrados de los contribuyentes en pagar megasueldos de funcionarios en el exterior, que tampoco nos representan. Y si les doliera a los aspirantes a Carondelet, tal vez se juntarían y trabajarían por diseñar un plan de reconstrucción nacional. Ver a gente capaz que hoy está cada uno por su lado sentarse a conversar y a planificar una salida cívica a la verdadera cloaca en que nos dejó el correísmo, por ejemplo, nos haría creerles que el país está por encima de sus egos, de sus pedestales y de sus burbujas. Pero bueno, para eso se requiere más de una voluntad, y tal vez eso es pedir demasiado.

Buscamos a uno.

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Entre la indefensión y la indignación